Economía
Los niños que cortan el mejor café del mundo
Vernick Gudiel
Rosa es una niña k’iche’ de 13 años que sueña con ahorrar un poco para poder casarse a los 15. No sabe leer ni escribir y habla muy poco español. Trabaja en la cocina de la plantación de café desde que tenía 10 años y tiene las manos ajadas de tanto tortear.
Su jornada laboral inicia a las 11:00 de la noche, cuando empieza a preparar las tortillas que comerán los trabajadores de la plantación al día siguiente. Durante la madrugada prepara los alimentos, por la mañana lava los trastes y vuelve a hacer tortillas y cocina para el almuerzo; después vuelve a lavar los trastes y limpia la cocina para el otro día. Termina sus labores a las 9:00 de la noche. Duerme en la cocina, en el suelo, en un rincón. Recibe Q350 mensuales por su trabajo.
El testimonio anterior fue extraído del informe Trabajo Infantil y Pueblos Indígenas: El caso de Guatemala, publicado en 2006 por el Programa Internacional para la Erradicación del Trabajo Infantil (IPEC) de la OIT, el cual destaca que 484 mil 292 niños y adolescentes indígenas trabajan, el 70.5 por ciento de ellos en la agrícultura, principalmente en empresas que se dedican al cultivo de café, banano, hule y caña de azúcar.
El informe destaca que la pobreza que afecta a ocho de cada diez indígenas en el país crea un contexto de riesgo donde los padres incorporan a sus hijos desde temprana edad al mercado laboral a fin de aportar ingresos para la compra de alimentos y pago de deudas, perdiendo las oportunidades de educación que los condenarán a perpetuar el círculo vicioso de la pobreza.
El café es el principal producto de exportación desde hace más de un siglo, en 2006 generó US$463.5 millones. Más de un millón de indígenas, familias enteras, se movilizan cada año a las fincas para el corte del café y la zafra a fin de obtener ingresos que le permitan compensar su agricultura de subsistencia.
La autora del estudio, Gabriela Olguín, documentó el caso del caserío Tzalam, en Joyabaj, Quiché, donde familias enteras migran a la costa sur para trabajar en la cosecha de café y la zafra, y entrevistó a 34 niños, niñas y adolescentes; el 88 por ciento de ellos migraron en 2005 para trabajar en las plantaciones.
El 17 por ciento de los niños entrevistados dijo que empezó a trabajar en el corte de café a los 4 y 6 años de edad, el 34 por ciento inició entre los 7 y 9 años, el 34 por ciento entre los 10 a 12 años, y un 15 por ciento ya no se acuerda.
Agrega que el promedio de trabajo es de 11 horas diarias, para los niños y niñas que trabajan en la recolecta de café (90 por ciento). Su jornada inicia a las 6:00 de la mañana y concluye a las 5:00 de la tarde. Las niñas que realizan trabajo doméstico (15 por ciento), trabajan hasta 12 y más horas diarias, hacer las tortillas, alimentos y lavar trastes, les exige una jornada más larga.
El 52 por ciento de los niños afirmó que las condiciones de vida en las plantaciones de café son muy duras. El 93 por ciento indicó que su trabajo es peligroso, y el 28 por ciento reportó haber sufrido accidentes de trabajo, caídas, cortaduras con machete, picaduras de zancudos, culebras, y casi la totalidad reportó problema de sarpullidos o granos. En el caso de las niñas quemaduras por el trabajo de cocina. Además que la comida es solo para los adultos contratados quienes deben compartir su ración con sus hijos.
“No contratan niños, pero...”
Mynor Maldonado, director ejecutivo de la Fundación de la Caficultora para el Desarrollo Rural (Funcafé), dijo desconocer el estudio, pero recordó que en 2001 IPEC-OIT les dio financiamiento para ejecutar un programa piloto que permitió retener en sus comunidades a más de 4 mil niños susceptibles de trabajo infantil en los municipios de San Miguel Ixtahuatán, Comitancillo, Sipacapa y El Tumbador, en San Marcos, mediante becas educativas, y proyectos productivos para elevar el ingreso de sus familias.
Maldonado señaló que el trabajo infantil hay que entenderlo como aquella actividad remunerada o no, ejecutada por niños menores de 14 años, que dificulte o impida su educación, perjudique su salud o dañe su crecimiento, pero el caso de los hijos de pequeños productores que contribuyen durante sus vacaciones escolares a la recolecta del café, pero sin exponer sus condiciones físicas o arriesgar su salud, bajo ese concepto, no es trabajo infantil.
“Yo lo hacía, en mis vacaciones me iba a cortar café y para Navidad ya había ahorrado Q200 y me sentía muy satisfecho porque me los había ganado y contribuía a los regalos de fin de año, es muy dignificante”, expresó.
Asegura que no contratan niños, solo adultos; pero reconoce que en algunas fincas podría darse la presencia de niños en el pico de la cosecha (octubre- noviembre), ya que por las vacaciones escolares, las mamás en su afán de tenerlos cerca se los llevan a la finca y los más grandecitos, que son habilidosos, les ayudan a recolectar o a limpiar el grano. “Si no se les permite venir con sus hijos, se van a otra finca”, dijo.
Además, muchos de los 65 mil caficultores del país poseen certificaciones de comercio justos o buenas prácticas laborales, o le venden a firmas como Starbucks que les exigen no contratar mano de obra infantil para obtener mejores precios, por lo que nadie se va a arriesgar a ser criticado por emplear niños, concluyó.
Su jornada laboral inicia a las 11:00 de la noche, cuando empieza a preparar las tortillas que comerán los trabajadores de la plantación al día siguiente. Durante la madrugada prepara los alimentos, por la mañana lava los trastes y vuelve a hacer tortillas y cocina para el almuerzo; después vuelve a lavar los trastes y limpia la cocina para el otro día. Termina sus labores a las 9:00 de la noche. Duerme en la cocina, en el suelo, en un rincón. Recibe Q350 mensuales por su trabajo.
El testimonio anterior fue extraído del informe Trabajo Infantil y Pueblos Indígenas: El caso de Guatemala, publicado en 2006 por el Programa Internacional para la Erradicación del Trabajo Infantil (IPEC) de la OIT, el cual destaca que 484 mil 292 niños y adolescentes indígenas trabajan, el 70.5 por ciento de ellos en la agrícultura, principalmente en empresas que se dedican al cultivo de café, banano, hule y caña de azúcar.
El informe destaca que la pobreza que afecta a ocho de cada diez indígenas en el país crea un contexto de riesgo donde los padres incorporan a sus hijos desde temprana edad al mercado laboral a fin de aportar ingresos para la compra de alimentos y pago de deudas, perdiendo las oportunidades de educación que los condenarán a perpetuar el círculo vicioso de la pobreza.
El café es el principal producto de exportación desde hace más de un siglo, en 2006 generó US$463.5 millones. Más de un millón de indígenas, familias enteras, se movilizan cada año a las fincas para el corte del café y la zafra a fin de obtener ingresos que le permitan compensar su agricultura de subsistencia.
La autora del estudio, Gabriela Olguín, documentó el caso del caserío Tzalam, en Joyabaj, Quiché, donde familias enteras migran a la costa sur para trabajar en la cosecha de café y la zafra, y entrevistó a 34 niños, niñas y adolescentes; el 88 por ciento de ellos migraron en 2005 para trabajar en las plantaciones.
El 17 por ciento de los niños entrevistados dijo que empezó a trabajar en el corte de café a los 4 y 6 años de edad, el 34 por ciento inició entre los 7 y 9 años, el 34 por ciento entre los 10 a 12 años, y un 15 por ciento ya no se acuerda.
Agrega que el promedio de trabajo es de 11 horas diarias, para los niños y niñas que trabajan en la recolecta de café (90 por ciento). Su jornada inicia a las 6:00 de la mañana y concluye a las 5:00 de la tarde. Las niñas que realizan trabajo doméstico (15 por ciento), trabajan hasta 12 y más horas diarias, hacer las tortillas, alimentos y lavar trastes, les exige una jornada más larga.
El 52 por ciento de los niños afirmó que las condiciones de vida en las plantaciones de café son muy duras. El 93 por ciento indicó que su trabajo es peligroso, y el 28 por ciento reportó haber sufrido accidentes de trabajo, caídas, cortaduras con machete, picaduras de zancudos, culebras, y casi la totalidad reportó problema de sarpullidos o granos. En el caso de las niñas quemaduras por el trabajo de cocina. Además que la comida es solo para los adultos contratados quienes deben compartir su ración con sus hijos.
“No contratan niños, pero...”
Mynor Maldonado, director ejecutivo de la Fundación de la Caficultora para el Desarrollo Rural (Funcafé), dijo desconocer el estudio, pero recordó que en 2001 IPEC-OIT les dio financiamiento para ejecutar un programa piloto que permitió retener en sus comunidades a más de 4 mil niños susceptibles de trabajo infantil en los municipios de San Miguel Ixtahuatán, Comitancillo, Sipacapa y El Tumbador, en San Marcos, mediante becas educativas, y proyectos productivos para elevar el ingreso de sus familias.
Maldonado señaló que el trabajo infantil hay que entenderlo como aquella actividad remunerada o no, ejecutada por niños menores de 14 años, que dificulte o impida su educación, perjudique su salud o dañe su crecimiento, pero el caso de los hijos de pequeños productores que contribuyen durante sus vacaciones escolares a la recolecta del café, pero sin exponer sus condiciones físicas o arriesgar su salud, bajo ese concepto, no es trabajo infantil.
“Yo lo hacía, en mis vacaciones me iba a cortar café y para Navidad ya había ahorrado Q200 y me sentía muy satisfecho porque me los había ganado y contribuía a los regalos de fin de año, es muy dignificante”, expresó.
Asegura que no contratan niños, solo adultos; pero reconoce que en algunas fincas podría darse la presencia de niños en el pico de la cosecha (octubre- noviembre), ya que por las vacaciones escolares, las mamás en su afán de tenerlos cerca se los llevan a la finca y los más grandecitos, que son habilidosos, les ayudan a recolectar o a limpiar el grano. “Si no se les permite venir con sus hijos, se van a otra finca”, dijo.
Además, muchos de los 65 mil caficultores del país poseen certificaciones de comercio justos o buenas prácticas laborales, o le venden a firmas como Starbucks que les exigen no contratar mano de obra infantil para obtener mejores precios, por lo que nadie se va a arriesgar a ser criticado por emplear niños, concluyó.
Mynor Maldonado, director de Funcafé
“Los caficultores ya no quieren que se les vincule más con que si compran el café de Guatemala están contribuyendo a explotar a un niño”.
Guatemala, domingo 10 de junio de 2007
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