Las cifras no mienten: casi 18 mil jornaleros han cruzado la frontera sur para trabajar en la pizca entre 2008 y 2009, contratados en alrededor de 100 propiedades
Doce horas después de haber dejado Guatemala, 250 kilómetros, una frontera, dos retenes, dos microbuses, una camioneta y un camión de redilas más tarde, el grupo de 37 indígenas guatemaltecos por fin llega a su destino, una finca cafetalera en los Altos de Chiapas, su hogar durante las próximas semanas en tanto el grano del café madura lo suficiente para ser pizcado.
Casi es de noche y están molidos.
Han viajado desde la madrugada, cuando fueron recogidos por un enganchador mexicano en el quiosco de San Marcos —una población guatemalteca a media hora de México, casi al pie del volcán Tacaná— para cruzar el Suchiate y obtener los permisos migratorios correspondientes para trabajar como braceros en territorio chiapaneco.
Hoy, estos indígenas —de las etnias mam y quiché, predominantemente— son el sustento de uno de los principales motores de la economía chiapaneca, la del café, desangrada por décadas de migración a Estados Unidos, Sonora y Sinaloa, a campos de tomate y maíz que con promesas de salarios mejores han dejado a Chiapas sin chiapanecos suficientes para sostener sus fincas.
“Me gusta venir. Mi papá me trajo por primera vez hace como diez años. Aquí sí se gana bien y tienes seguro el trabajo, porque allá en Guatemala nosotros tenemos mucha competencia, hay muchos pizcadores”, dice Floridani Catalina Jiménez, indígena mam que forma parte de los miles de trabajadores guatemaltecos que se han especializado en la pizca del café mexicano.
El vacío, la ausencia de trabajadores mexicanos, ha convertido a Jiménez y a miles de sus compatriotas en una especie de commodity humano, con precio, comerciantes y enganchadores articulados en una larga cadena económica que cada vez depende más, en su base, de trabajadores itinerantes, las bujías que mantienen viva a una industria estratégica para Chiapas y su clase terrateniente.
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“Chiapas sufre en la actualidad de un marcado déficit de mano de obra que ha obligado a los cafetaleros mexicanos a recurrir de emergencia a trabajadores guatemaltecos”, dice Adolfo Alejandro Rojas, subdelegado del Instituto Nacional de Migración en Frontera Talismán, uno de los principales puertos de entrada legal para jornaleros guatemaltecos.
Ese déficit ha creado oportunidades para quien quiera explotarlas.
Hoy, se habla ya de un nuevo empleo: el de enganchador. MILENIO tuvo la oportunidad de entrevistar a uno, dedicado precisamente a enrolar a indígenas guatemaltecos para la industria chiapaneca.
Se llama Astolfo González y semana con semana viaja a Guatemala en busca de ma-no de obra barata, embarques humanos que trae de vuelta a México por encargo.
—¿Cuánto le pagan los dueños de las fincas por persona?
—Depende de qué tan joven es, de qué tan fuerte, de si es mujer, de si es hombre, pero puedo ganar hasta 50 pesos por persona si me va bien. También me pagan como 3 mil pesos mensuales a manera de salario.
—¿Cómo trae a los indígenas a México?
—Voy a los departamentos fronterizos y ahí los convenzo de venirse a trabajar.
Propiedad de familias acaudaladas, las fincas pagan alrededor de 50 pesos diarios al trabajador centroamericano —versus hasta 75 por trabajador mexicano—, en jornadas que generalmente duran 12 horas y en las que no están exentos de abusos o de accidentes, como en cualquier otra industria.
En lo que va de 2009, la Secretaría del Trabajo ha registrado distintas quejas contra fincas cafetaleras, particularmente en lo que se refiere a la calidad de la comida, las condiciones higiénicas de las moradas de los trabajadores o retención de salarios.
“Este año han sido más o menos 30 las denuncias que hemos recibido”, dijo Lisa Ruiz, delegada de la Secretaría del Trabajo en Talismán, que generalmente procede a resolverlas en términos de conciliación entre patrón y jornalero. Pocas veces se acude a proceso judicial.
Porque los abusos existen —como en muchas otras ramas económicas—, el gobierno guatemalteco ha pedido a sus trabajadores mantenerse alerta ante posibles vejaciones por parte de sus empleadores mexicanos.
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“Atención trabajador migrante guatemalteco, para tu seguridad y protección y la de tu familia es importante que antes de pasar a territorio mexicano te registres en la oficina local del Ministerio del Trabajo, ubicada en este paso fronterizo”, dice un anuncio espectacular a unos kilómetros de México.
Se estima que al menos 50 mil jornaleros centroamericanos cruzan al país cada año sin papeles, atraídos por empleos que los mexicanos simplemente ya no hacen.
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Las estadísticas de las secretarías de Gobernación y del Trabajo apuntan a que 18 mil jornaleros han cruzado legalmente de Guatemala a Chiapas para trabajar en la pizca del café entre 2008 y 2009, contratados por alrededor de 100 fincas que ahora dependen casi exclusivamente de mano de obra importada para funcionar y en las que miles de guatemaltecos viven en esta época del año.
“Antes solía venir mucha gente de San Cristóbal y de Comitán a las fincas, pero ahora casi todos los que van son guatemaltecos”, añade Rojas, quien admite que la simbiosis emergente entre las fincas mexicanas y los departamentos fronterizos de Guatemala es irreversible.
En Casa Roja, la oficina del INM que en Frontera Talismán administra los cruces de trabajadores fronterizos, han sido instalados pizarrones gigantes en los que se anuncia la llegada de guatemaltecos a enrolarse en la industria del café.
“Relación de fincas que van a documentar trabajadores fronterizos septiembre: Vega II: 7, Montevideo: 8, Aquiles: 8; Maribel: 7; Gustavo: 7”, dice la pizarra, que da una idea de que lo mismo las fincas grandes como las pequeñas han tenido que recurrir a braceros emergentes, legales e ilegales.
Tan sólo en las próximas tres semanas, Migración tiene previsto acudir a varias fincas cafetaleras cercanas a Guatemala para intentar regularizar a cerca de 15 mil trabajadores que simplemente cruzaron la frontera —inexistente—para ganar dinero en México antes de regresar a casa.
http://www.milenio.com/node/291604
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