La ingeniería genética tiene aliados y adversarios en Hawai
The Associated Press
LAIE, Hawaii, EEUU (AP) _ La ingeniería genética salvó la granja de papayas de Ken Kamiya en la costa norte de la isla hawaiana de Oahu, y podría rescatar las orquídeas atacadas por un virus dañino.
Pero en Kona, Una Greenaway vive temerosa de que la biotecnología arruine su plantación de café orgánico. Y las autoridades de la industria de la piña han dejado en claro que no quieren saber nada con la ingeniería genética.
Así está la situación en Hawai, donde la ingeniería genética ha dividido al estado que recién cae en cuenta que _para bien o para mal_ ha servido desde hace tiempo como el laboratorio biotecnológico al aire libre más grande en el mundo.
Desde que los científicos planearon por primera vez el _a la postre_ fracaso comercial que fue el tomate Flavr Savr en un pequeño lote aquí en 1988, los reguladores federales han aprobado más de 10.600 solicitudes para desarrollar cultivos biotecnológicos en 49.300 lotes a lo largo y ancho de Estados Unidos. De ellos, Hawai tiene más que cualquier otro estado.
Mediante el poder de la biotecnología, aquí crecen el tabaco de baja nicotina, el algodón resistente a las enfermedades y la soya inmune a los herbicidas. El maíz hawaiano producto de la ingeniería genética promete superar aun a los cultivos de Iowa e Illinois.
Las empresas biotecnológicas dicen que el clima aquí permite cultivos de todo el año, mientras que los activistas contra esa industria dicen que la distancia de cinco horas de vuelo de California da a los "manipuladores de genes" la posibilidad de mantenerse lejos de la vigilancia.
Sea cual fuere el motivo, los agricultores como Kamiya están satisfechos con los efectos de la ingeniería genética en Hawai.
Kamiya ha cultivado papayas _la fruta hawaiana de mayor venta después de la piña_ desde que regresó del servicio militar en Vietnam en 1969. Sobrevivió tres epidemias mortíferas para los cultivos y los avatares de la agricultura, pero para principios de los años 90 su finca, junto con toda la industria hawaiana de la papaya, estaba al borde de la destrucción a merced de un virus imparable.
El científico Dennis Gonsalves, nativo de Hawai que en ese entonces estaba en la Universidad Cornell, tuvo la idea de injertar genéticamente un componente inofensivo del virus en los árboles de papayas, en la práctica "vacunándolos".
El método dio buen resultado y hoy el virus es apenas una molestia para la industria de 16 millones de dólares, incluso para el 50% de las papayas cultivadas convencionalmente en Hawai y sin protección contra el virus. Eso se debe a que el virus tiene ahora menos sitios donde medrar.
"Gonsalves nos salvó la vida", dijo Kamiya mientras caminaba por entre los frutales en la granja de 6 hectáreas que alquila a la Universidad Brigham Young, que tiene predios en Laie a unos 65 kilómetros al norte de Honolulú.
El día anterior, Kamiya pasó cinco horas en Honolulú en una reunión contribuyendo a derrotar un proyecto de eliminar la ingeniería genética en la isla de Oahu que en la práctica le habría arruinado su negocio.
Pero eso es precisamente lo que desean los cafetaleros orgánicos como Greenaway y otros. Están escandalizados de que Hawai se haya convertido en el principal laboratorio biotecnológico y se preocupan por su propio futuro económico.
Greenaway teme que el avance de la biotecnología en el estado la lleve a la ruina si los consumidores temen que su café haya sido manipulado genéticamente.
Los investigadores en el estado intentan alterar genéticamente las plantas de café para cultivar granos descafeinados, que no se producen naturalmente. Los investigadores no han cultivado todavía sus cafetos experimentales al aire libre, aunque los reguladores federales les concedieron autorización en 1999.
De todos modos, Greenaway se aterra de que los cafetos manipulados sean cultivados al aire libre, luego se mezclen con los suyos y se diluya la potencia de su café. Y se preocupa de que en ese caso no lo acepte ningún entusiasta de la infusión que paga 20 dólares la libra por el café de Kona.
"El café manipulado por ingeniería genética sería un desastre económico en Kona", se quejó.
De muchas maneras, el debate sobre la biotecnología en Hawai refleja el debate mayor en el mundo.
No se ha registrado ninguna reacción alérgica ni otros problemas de salud vinculados con el consumo de alimentos biotecnológicos. Aun así, muchos científicos se preocupan por las amenazas que la biotecnología representa para el ambiente, en especial por una polinización cruzada involuntaria con los cultivos naturales.
La industria y sus partidarios destacan que la biotecnología está ayudando a las granjas pequeñas al reducir el uso de pesticidas. Unos 8 millones de agricultores a nivel de subsistencia en el mundo en desarrollo están cultivando soya y maíz manipulados genéticamente que requieren menos herbicidas tóxicos, lo que es mejor para el ambiente y para los trabajadores agrícolas.
Pero un número creciente de consumidores y activistas se inquietan de que las principales compañías biotecnológicas _especialmente la gigantesca Monsanto Inc. de St. Louis_ estén copando de tal modo el suministro mundial de alimentos que determinen la muerte de las granjas orgánicas y familiares.
En Hawai solamente, se han presentado recientemente en la legislatura varios proyectos antibiotecnológicos _siguiendo el modelo de cuatro condados californianos que prohibieron la biotecnología_ aunque ninguno ha sido aprobado hasta ahora. Una demanda federal interpuesta el año pasado tuvo el efecto de paralizar todos los experimentos en Hawai que implicasen injertar genes humanos en plantas para producir medicamentos.
Ese temor también resuena en algunos grandes productores alimenticios, quienes en el pasado han sucumbido al escepticismo del público sobre los alimentos biotecnológicos.
En el 2000, McDonald's Corp. presionó exitosamente a los cultivadores de papas a rechazar las papas producto de la ingeniería genética. Hace dos años, los fabricantes de pan forzaron a Monsanto a abandonar sus planes de comercializar el trigo elaborado con ingeniería genética. Y recientemente, representantes de la industria de la piña escribieron a la Universidad de Hawai diciéndole que la industria no desea ni necesita biotecnología.
Pero Steve Ferreira, un investigador de la Universidad de Miami que trabaja con papayas elaboradas con ingeniería genética, cree que el sentir de los cultivadores cambiaría si enfrentasen la devastación de sus cultivos.
"Su necesidad no es tan urgente como ocurrió con los cultivadores de papayas", agregó.
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