domingo, 4 de noviembre de 2007

Taza de Excelencia Colombia


César Julio Muñoz, el caficultor premiado que espera una pierna

Él quiere seguir viviendo, volver al campo, cuidar a su mujer, sus cuatro hijos, sus cinco vacas y recorrer los cafetales. Pero lo que más anhela es poder valerse por sí mismo.

La mirada aguada de César Julio Muñoz se pierde entre las montañas. Dice que hoy, hasta para lo mínimo, necesita ayuda.

Fue la mañana del 16 de julio, luego de salir de su casa, clavada en la cordillera de Puerto Limón, una vereda de Planadas, cuando vio su cuerpo completo por última vez.

Había andado unos metros en busca de unas yucas para el almuerzo, pero decidió comprarlas más tarde y devolverse a casa de un vecino que había quedado en pagarle una deuda.

"Como me incumplió, me fui a buscarlo. No había dado tres pasos cuando me vi tirado en el suelo. De pronto estaba lleno de sangre y mi pierna derecha desprendida de mi cuerpo. Me la eché al hombro y empecé a arrastrarme, pero caí en un hueco. No recuerdo más", cuenta este campesino del sur del Tolima, que cinco días más tarde despertó en la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital Hernando Moncaleano, en Neiva.

Había pisado una mina antipersona, una de esas que hombres de las Farc han sembrado en el sur tolimense.

De su estadía en el Hospital, César Julio recuerda días de cirugías, insoportables dolores, la soledad y, ante todo, dice, "verme todos los días y las noches sin mi pierna".

Cuando volvió en sí, junto a él estaban Dilsien, su esposa, y en la cama de al lado, un niño de apenas 13 años, vecino suyo en Planadas.

El martes siguiente al accidente de César Julio, el menor también cayó en una mina. A él le voló la pierna izquierda y el ojo derecho y también había sido llevado al Moncaleano para que luchara por su vida.

El 30 de agosto, luego de mes y medio, los médicos le dijeron a César Julio, un campesino de manos gruesas y callosas que cumplió allí sus 49 años, que era hora de que se fuera para su casa.

Él lo tomó entre alegre y asombrado, pues su recuperación aún no terminaba. De hecho, aún no termina.

El muñón que le quedó en vez de pierna "duele como un condenado" y su pierna derecha aún tiene los destrozos por el estallido de la mina.

Con miles de maromas, la familia campesina logró conseguir una silla de ruedas para que César Julio pueda movilizarse, al menos en la casa.

Pero esta no sirve para recorrer los empinados caminos de Puerto Limón y menos para moverse entre los cafetales que un año atrás le habían valido La Taza de la Excelencia, reconocimiento que le dio la Federación Nacional de Cafeteros por cultivar uno de los mejores granos del país.

El hombre debe viajar seis horas cuando necesita ir a Neiva y cerca de su pueblo no hay un hospital ni un médico que le ayuden en su recuperación. Tampoco hay quién le ayude con terapias.

En las semanas que han pasado desde ese trágico lunes, César Julio dejó de producir lo necesario para pagar el arriendo y la comida. Sueña con una prótesis que cubra su muñón y le permita empezar a moverse por sí mismo para volver a los cafetales.

Pese a lo que ha padecido, el campesino no reniega. Es muy devoto y cuenta que el día de su accidente, tan pronto se levantó de la cama se había encomendado a la Virgen del Carmen y le había ofrecido una oración. Hoy, este campesino pasa la mayor parte de sus días en el umbral de su casa de madera mirando el horizonte y ansiando volver a recoger café.

"En esta guerra los unos y los otros ponen las bombas y los que menos importamos somos nosotros, que terminamos pagando los platos rotos", dice con voz temblorosa César Julio y cuenta que un día después de regresar a su casa, en agosto, las Farc lo mandaron llamar.

No podía negarme -dice-. Voluntarios lo llevaron en camilla monte arriba. "Los guerrilleros me dijeron que lamentaban mucho lo ocurrido, pero que igual iban a seguir sembrando minas".



http://www.eltiempo.com/nacion/tolima/2007-11-02/ARTICULO-WEB-NOTA_INTERIOR-3801585.html


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