Café a la carta
“En la historia cubana hay otro personaje de gran categoría: el café”
ESTA bebida es para los cubanos algo tan necesario como el aire, el sol, el mar. No más saltar de la cama o a veces en ella —si alguien le trae un “buchito” al despertar— es lo primero que saboreamos para comenzar el día.
Esa tacita, que la vecina le ofrece a través de la cerca o de balcón a balcón, es con la que recibimos al visitante no más llega a nuestro hogar, como muestra de amistad y cortesía.
Sobre él nuestro José Martí escribió unas bellas palabras cuando dijo que: “El café tiene un misterioso comercio con el alma: dispone los miembros a la batalla y a la carrera; limpia de humanidades el espíritu; aguza y adereza las potencias; ilumina las profundidades interiores, y los envía en fogosos y preciosos conceptos a los labios”.
En Cuba existen muchas formas de confeccionarlo. Actualmente en las ciudades y también en el campo, se suele beber el hecho en cafetera, de esas que se dicen originarias de Italia, aunque en algunas zonas del país los campesinos lo siguen haciendo a la antigua, con leña y con colador de tela, o el carretero, que no se cuela y se deja asentar en la propia taza hasta que el polvo quede depositado en el fondo. En todos los casos se endulza con azúcar de caña o miel.
Durante nuestra primera guerra de independencia, según escritos aparecidos en los Diarios de Campaña de muchos patriotas, el café era insustituible para la vida, sobre todo en las frías y húmedas madrugadas bélicas del campo cubano. Lo mismo sucedió durante la última guerra de liberación.
Al igual que existe una treintena de especies del género coffea en el mundo, hay innumerables formas de confeccionarlo, entre ellas el americano, árabe bombón, express, fariseo, puchero…
ALGO DE SU HISTORIA
Se conocen varias leyendas sobre los inicios de esta bebida que ocupa importante lugar en el gusto de los cubanos. Una de ellas se le achaca al arcángel San Gabriel, quien apiadado por las vigilias de Mahoma, ofreció al profeta una taza de un oscuro brebaje que le levantó el ánimo y le proporcionó vigor. Otra, que parece sacada del libro Las mil y una noches, atribuye a un joven pastor yemenita el descubrimiento de un arbusto repleto de unas brillantes cerezas rojas que las cabras del rebaño comían y se volvían juguetonas y alegres.
Su verdadera historia comenzó en el siglo XIII, cuando a alguien se le ocurrió tostar y moler los granos y confeccionar la delicia que ha llegado hasta nuestros días.
En Cuba fue introducido en el año 1748 por un español nombrado José Gelabert, quien trajo las semillas de la variedad Esperanza de Arabia. Este hacendado fomentó su primer cafetal en el pueblo del Wajay —al oeste de la capital— teniendo la precaución de cosechar el grano en las cercanías del pueblo habanero, el único por ese entonces autorizado para comerciar con el exterior.
En sus inicios el café se utilizaba más bien como materia prima para obtener licores y otros medicamentos. En La Habana, los capitalinos lo envasaban en finos frascos de porcelana y expendían en las farmacias bajo receta médica, y los barberos lo empleaban para combatir la somnolencia, dolores de cabeza y los estragos del alcohol.
Luego de la Revolución de Haití en 1789, la llegada de colonos franceses y otros refugiados en la Isla, sobre todo en el oriente del país, dio origen al esplendor cafetalero franco-haitiano, florecido durante los primeros lustros del siglo XIX, cuando tuvo auge la siembra, producción y comercialización del grano.
En el año 2000, la UNESCO le confirió a esa zona del oriente cubano, donde estuvieran asentadas varias de estas haciendas cafetaleras franco-haitianas, la condición de Patrimonio de la Humanidad.
¿Y AHORA?
El café que tanto nos gusta a los cubanos y cuya historia es muy atrayente, no nos ha faltado ni en los momentos más difíciles de crisis económica, no ha dejado de estar en las dos o tres coladas del día en nuestros hogares. Recientemente, en la parte vieja de la ciudad, ha abierto nuevamente sus puertas, luego de un largo tiempo cerrado, un lugar muy visitado por los habaneros en el siglo XIX hasta las postrimerías del XX, conocido popularmente como La Casa de las Infusiones.
Ubicada en un pequeño y pintoresco local, con capacidad para unas 60 personas en sus dos salones y en mesas situadas en la calle, el visitante que camina por esa zona aledaña al Malecón puede beber allí diversos tipos de infusiones, entre ellas, el café. Esta bebida puede degustarse de diversas formas, unas conocidas internacionalmente y otras no tanto, entre ellas las variantes irlandés, napolitano, antillano, carajillo, capuchino, ponche de café, aroma de mujer y rocío de gallo, entre otros.
Sito en Mercaderes 107 esquina a Obispo y fundado en 1835, el acogedor sitio ha sido dedicado a Don José María Eca de Queirós, destacada figura de las letras portuguesas, quien fuera cónsul de su país en Cuba, entre 1872 y 1874 y asiduo visitante al lugar.
Muchos poetas del patio le han dedicado más de una estrofa al café. Entre ellos, Cristóbal Nápoles Fajardo, más conocido como El Cucalambé, quien escribió, al detallarles el menú a unos visitantes a los cuales ofrecía una cena:
Tenemos lechón asado/y otras cosas que yo sé,/ vino tinto y buen café,/con miel de caña endulzado…/
Se me ocurre brindarle a usted también, amigo lector, una tacita de humeante café. Bébala despacio, como un buen catador, disfrute su aroma y sabor. Ese sabor especial que distingue al buen café cubano.
http://www.granma.cu/espanol/2007/noviembre/vier30/48cafe.html